viernes, 31 de julio de 2009

"Habla, memoria" de Vladimir Nabokov

Al comienzo de Risa en la oscuridad, escribe Nabokov: "aunque basta el espacio de una lápida para contener, encuadernada en musgo, la versión abreviada de la vida de un hombre, los detalles siempre se agradecen". La lápida de Nabokov (una lápida, hay que reconocerlo, más grande de lo habitual) nos dice que nació en San Petersburgo en 1899, en el seno de una familia acomodada; que pasó su infancia entre su ciudad natal, la finca familiar y las playas europeas; que durante el ascenso soviético se trasladó a Crimea y, posteriormente, vagó por el exilio en Londres, Berlín y París; que en 1940 se instaló en Estados Unidos, donde dio clases en las universidades de Harvard y Cornell y se hizo un nombre como literato; que en 1960 regresó a Europa, residiendo en Lausana hasta su muerte en 1977. Sin embargo, como él dijo, los detalles se agradecen, y gran parte de esos detalles están contenidos en Habla, memoria.

Habla, memoria es un inusual libro de memorias, integrado por quince capítulos, la mayoría de los cuales fueron publicados como artículos en diferentes revistas estadounidenses, que abarcan el período de tiempo comprendido entre su nacimiento en 1899 y su salida de Europa hacia EE.UU. en 1940. Pero Nabokov no escribe unas memorias lineales, cronológicas, sino que en cada capítulo se demora en la descripción de diferentes episodios o personajes que todavía viven en su recuerdo. Así, Nabokov escribe sobre sus preceptores, o sobre Mademoiselle O. , la institutriz familiar; sobre los veranos en Biarritz, donde conoce a su primera amiga, que recuerda terriblemente a la Collette de Lolita; da cuenta de su amplio linaje familiar, deteniéndose en uno de sus tíos, un diplomático entrañable pero mirado con suficiencia por quienes le rodeaban; o explica el proceso creativo de su primer poema, así como su relación con la lengua rusa ("el miedo a perder o corromper, por influencias extrañas, lo único que yo había salvado de Rusia -su lengua- se me volvió decididamente patológico"). Realmente curiosos resultan los párrafos en los que Nabokov explica sus andanzas como portero de fútbol durante sus estudios en Cambridge.

De entre los diferentes episodios narrados por Nabokov, dos sobresalen por encima del resto. Uno es el de sus amores con Tamara, cuidadosamente perpetrados en las salas más oscuras y menos concurridas de los museos de San Petersburgo; Nabokov tuvo con Tamara algo más que un apasionamento sexual, pero su relación fue interrumpida primero por el trabajo de aquélla, y posteriormente por el exilio familiar. Y precisamente el exilio es el otro gran momento de este libro, cuando Nabokov explica lo que significó para él, con apenas veinte años, tener que abandonar Rusia. Como el niño que sólo valora un juguete cuando se rompe, la melancolía inundó a Nabokov, no tanto por motivos patrióticos como sentimentales: le habían arrancado sus paisajes de la infancia, su vida. Hijo de un opositor al régimen zarista, miembro del Kadet, Nabokov se encontró en el exilio con la incomprensión de los demócratas europeos, que no acababan de ver con malos ojos la revolución soviética y el liderazgo de Lenin.

Tampoco faltan en Habla, memoria las grandes pasiones de Nabokov: la literatura, el ajedrez (plantea un problema ajedrecístico creado por él mismo y que yo me veo incapaz de resolver) y, cómo no, las mariposas. Nabokov dedica un capítulo entero a su temprana afición por los lepidópteros, y cuenta con gran sentido del humor las anécdotas que le han sucedido, en las diferentes etapas de su vida, por llevar un vistoso cazamariposas en la mano: una vez, en su juventud, un soldado soviético quería detenerlo bajo la acusación de comunicarse, a través de movimientos con el cazamariposas, con un buque británico...


En otra de sus obras, refiriéndose a Dickens, escribió: "aunque leáis con la mente, el centro de la fruición artística se encuentra entre vuestros omóplatos. Ese pequeño estremecimiento es la forma más elevada de emoción que la humanidad experimenta cuando alcanza el arte puro y la ciencia pura. Rindamos culto a la médula espinal y a su hormigueo. Enorgullezcámonos de ser vertebrados, pues somos unos vertebrados en cuya cabeza se posa la llama divina. El cerebro no es más que la prolongación de la médula: pero el pabilo recorre toda la vela de arriba abajo. Si no somos capaces de experimentar ese estremecimiento, si no podemos gozar de la literatura, entonces dejemos todo esto y limitémonos a los tebeos y a la televisión. Pero creo que Dickens demostrará ser más fuerte". También lo es Nabokov.

3 comentarios:

Petrarca dijo...

Este año me he leído varios libros de memorias: Mira por dónde de Savater, Filologia catalana de Xavier Pericay, la Autobiografía de Chesterton y el Quadern Gris. Y a veces (o casi siempre) es verdad que la realidad supera a la ficción. Algunos escritores son capaces de hacernos ver lo que han visto sus ojos y de hacer estremecer nuestra médula con lo que a ellos se la ha estremecido... Y no hacen falta aviones, ni asesinatos, si partidas de póker a vida o muerte. Yo creo que uno vive más cuantas más vidas es capaz de vivir, por eso es de agradecer que algunos usen su tiempo para contar la suya.

Lala_a.secas dijo...

vengo desde aNobii.. me ha gustado tu reseña... pero no he leído nada de Navokov...

Un besito

C.C.Buxter dijo...

Lala_a.secas, eso hay que remediarlo. Nabokov es de los buenos, sobre todo "Lolita". Ya me contarás si lees algo de él.